La cita

quiosco

 

Apresuro el paso, no quiero llegar tarde a la cita. ¿Es raro que lo considere una cita?, tal vez, pero eso no ralentiza mi paso. Presiono el botón del semáforo con insistencia, como si eso lograra que el color verde apareciera más rápido. Cruzo corriendo y llego al parque central. Le compro el periódico a Samuel, que fiel a nuestra rutina, me espera con su gran sonrisa chimuela, sabe que eso le garantiza más propina de mi parte. Ajusto mi corbata y con tranquilidad camino hacia el quiosco. Como cada semana, puntual, llega y toma asiento bajo el gran árbol, supongo que es un cedro, pero la verdad es que no tengo la menor idea. He escrito su historia cien veces y sé, con seguridad, que cada una de ellas es errónea. ¿Será hoy el día que me anime a hablarle?

Su disposición habla de buena crianza, lleva un traje blanco inmaculado que corona con un gran sombrero. Un par de guantes blancos le llegan a los codos; en sus manos lleva un Rosario que con cuidado saca de su pequeño bolso gris. Con elegancia se retira las gafas oscuras y una vez más me pierdo en el verde de sus ojos. Con solemnidad se santigua y veo que empieza a rezar. Sus labios se mueven al ritmo de las letanías y mi corazón arde de emoción y amor por ella. Nervioso acomodo mi saco y finjo leer el periódico, como siempre, una pequeña lágrima abandona su ojo y ella la limpia, pero nunca es tan rápida como para que me oculte su brillo.

Saca un pañuelo de su bolso y con cuidado se limpia el rabillo del ojo. De todas mis teorías, la más fuerte es que es viuda y viene al lugar donde conoció a su marido y aquí le reza a su recuerdo. Supongo que encuentro consuelo en compartir mi desgracia con ella.

Sofía tiene poco menos del año que partió. La dura y fútil batalla contra el cáncer se la llevó sin remedio. Recuerdo que loco de tristeza salí corriendo del hospital, caminando como sonámbulo recorrí varias manzanas, hasta que la brisa del mar poco a poco fue calmando mis ánimos y de repente me encontré en este parque. Como guiado por una fuerza superior fui avanzando hasta finalmente sentarme en la banca que me encuentro ahora. No recuerdo si la sentí antes de verla o al revés. Su presencia llenó el parque de una luminosidad que no pensaba poder percibir en lo oscuro de mi ánimo. No pude evitar sentirme culpable, a unas cuantas calles de aquí estaba el cuerpo de mi esposa, ¿cómo el peor día de mi vida podría de pronto transformarse tan repentinamente? Sin embargo su cara mostraba tristeza.

El tono de la canción de moda sale de su bolsa. Con parsimonia saca su celular, una leve sonrisa curva sus labios al ver el remitente. Es solo un mensaje de texto y yo muero de celos. Doblo el periódico y me armo de valor.

 

*****

La limusina se estaciona en la entrada sur del parque central. Con paso delicado, la dama abandona el auto y alisándose el vestido camina con decisión. Un leve viento amenaza con volar su sombrero, mismo que sostiene con su delicada mano enguantada. Esta nerviosa y no encuentra razón posible. Ha hecho esto por más de diez meses; ¿qué puede ser diferente el día de hoy? Llega a la banca y toma asiento. Saca el Rosario de su guantera y santiguándose comienza las letanías. Encuentra gran paz en estos momentos. Sabe que es pasajero, pero se siente bien ahí. La situación en casa no es óptima; sabe que la relación con su marido es insalvable, pero sigue ahí por sus hijos. Aún son pequeños y no puede abandonarlos. Rodrigo le ha hecho saber, sin lugar a dudas, que si se separan le quitará a los niños y no puede permitirse eso. Su mirada va hacia el hombre de negro que está en la banca enfrente de ella. Siente que lo conoce aunque nunca han cruzado palabra. Lo vio por primera vez cuando intentó abandonar a su marido, llegó a ese mismo parque buscando una respuesta. Le impresionó verlo tan abatido, derrotado. Su tristeza se equiparaba con la que ella sentía y, de modo irracional, no se sintió tan sola. Sin saber bien si lo vería otra vez, empezó a ir al parque todos los domingos, con la esperanza de encontrarlo de nuevo. Cada fin de semana compartían una cita inofensiva.

Una pequeña lágrima escapa de su ojo y saca un pañuelo para limpiarla.

El sonido de su celular la sacó de sus recuerdos, lo tomó de su bolso y sonrió al ver que era un mensaje de su hijo, preguntándole cuando volvería a casa. Guardó el teléfono sin responder. Con cuidado depositó el Rosario en su bolso y se puso de pie. No sería esta vez, tal vez no fuera nunca.

Un movimiento llamó su atención, el hombre se había puesto de pie y se abotonaba su saco. Sintió su mirada sobre de ella a la vez que un pequeño escalofrió recorría su espalda.

*****

Debo apresurarme, tal vez el mensaje era algo importante porque la veo levantarse, se pone las gafas oscuras y empieza a caminar…

—¡Espere…!

*****

Se dispone a irse cuando lo escucha llamarla. Detiene su paso y voltea…

*****

¡Me escuchó, es mi oportunidad! Pero el sonido de su celular me detiene. Contesta esta vez y sé que no seguiré avanzando.

*****

Suena su teléfono, lo lleva a su oído y escucha. Ve al hombre titubear.

*****

Levanta la mano y me detengo. Cuelga y me dedica una sonrisa. Luego da media vuelta y se va.

Tiempo después la vi en el periódico. La nota reportaba el funeral de su marido acaecida el domingo que estuvimos en el parque por última vez. En vano volví a buscarla, la banca permaneció vacía. Con el tiempo, algo se rompió dentro de mí, aunque nunca perdí la esperanza de volverla a ver. Ahora, con los años encima, descubro que me cuesta más trabajo llegar a la banca. Hace tiempo que Samuel se fue, ahora el puesto lo atiende doña Camila, pero nunca me acepta propinas. Supongo que soy un tonto por seguir asistiendo a mi cita unilateral, pero no lo puedo evitar, mientras las piernas me lo permitan, seguiré haciéndolo. Con cuidado tomo asiento y abro mi periódico.

*****

En el estacionamiento de la calle principal se detiene una limusina, la dama en la parte trasera baja el vidrio y sonríe al verlo. Deposita un beso en su mano y lo sopla en su dirección. Él nunca lo sabrá, pero cada domingo asiste puntual a la cita.

 

*****

Relato 6 del reto 1 al 52.

Al final no me pude sustraer de hacer un relato del día del amor y la amistad.

Saludos.

José Torma

 

2 thoughts on “La cita

  1. Me ha gustado mucho este relato; sobre todo el juego que haces de dar voz unas veces al hombre y otras a la mujer, de modo que tenemos los dos puntos de vista de una historia en el mismo relato. Muy logrado. Te felicito, José.

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