Apaga el televisor y restriega sus ojos; no sabe cuánto tiempo lleva dormido, pero seguro avanzó un par de capítulos mientras dormía.
Estira la mano al buro para tomar sus lentes y su mana agarra el vacío. Lento y con precaución, se levanta de la cama. Su espalda protesta y un calambre amenaza con atacar su pantorrilla. ¿Dónde los habrá dejado?
Se rasca la incipiente barba y camina rumbo al baño, teniendo una fuerte discusión con su yo interno sobre si valdrá la pena rasurarse el día de hoy o no: o nunca más.
Se acerca al espejo para revisar lo rojo que están sus ojos y sin poderlo evitar ríe. Los benditos lentes están en su cabeza. Con estudiado gesto los regresa a sus ojos y se hace la luz.
Decide decir no a la afeitada. Levanta el brazo y huele su sobaco… en realidad necesita un baño.
Sobre la mesa quedan los restos de su cena, bolsas de papitas, palomitas de microondas y un par de sodas sin azúcar, por su sabor, claro. Un paquete de cacahuates sobrevivió su alocada noche, agarra un puño y lo avienta a su boca, solo unos pocos llegan a destino y el resto pasan a decorar el piso.
Siete días han pasado y el no consigue salir. Sobre la encimera esta el sobre con los resultados de sus análisis. Cometió un error y ahora su mente traicionera lo está matando.
Vuelve a leer la información y suspira, “seguro es cáncer”, piensa mientras los vuelve a depositar en el frio mármol.
El teléfono vuelve a sonar y lo deja ir a mensaje. Es el doctor otra vez. Es la quinta vez que le llama, al menos eso cree ya que ha perdido la cuenta. No contesta llamadas desde que subió el comentario en Facebook.
Su familia, alarmada intentó comunicarse, pero no contestó el celular. Sus amigos, acostumbrados a su hipocondría, le piden que tome las cosas con calma y que acuda al médico y deje de buscar síntomas en la internet; pero ¿cuál sería el caso?
Arrastrando los pies se acerca a la cama. En verdad no huele bien.
Abre el portátil y busca su último escrito; con sorpresa lee y se sorprende, no pensaba haber avanzado tanto. Un par de capítulos estaban bien pero el resto debía ser eliminado o pasar por una seria revisión de datos.
Le empieza a doler la cabeza, se levanta y toma un par de aspirinas con coca cola caliente.
Toma el ‘Selecciones’ y se sienta en el sillón. El teléfono vuelve a sonar y lo levanta.
—Bueno… —dice titubeante.
—Señor Flores, por fin lo localizo. Tengo copia de los resultados y lo he estado llamando para agendar una cita.
Mira el receptor en su mano y no atina a contestar nada.
—Señor Flores, ¿está ahí? Jorge, contésteme.
—Bueno… —ni él reconoce su voz.
—Caray, sí que es difícil comunicarse con usted. Revisé los estudios y aunque estamos un poco desbalanceados, no hay motivo de preocupación. Pase a la oficina para recoger la receta, antibiótico y un par de cambios en su dieta serán suficientes. Lo espero a cualquier hora antes de las seis de la tarde.
Cuelga el teléfono y se levanta renovado, abre la llave de la regadera y cantando se mete a la ducha, ya sabia él que no tenia nada.