Como cada noche, Luigi llega al Phillies, siempre solo. El cordial saludo de Sam poco hace para alegrar su caído espíritu. Se cala el sombrero mientras estudia a la pareja que tiene enfrente. Ella es una mujer muy bella. Su vestido rojo se ajusta de manera perfecta a las curvas de su cuerpo, tan pegado que le enloquece y le hace desearla más que el mismo aire que respira. Le ama, de eso no tiene duda, pero no está sola, nunca está sola y él es muy cobarde para acercarse. El tipo tiene las dos manos sobre el mostrador y, nervioso, evita mirarla. Ella le da una larga calada a su cigarrillo y cuando exhala, él inhala hasta sentir el humo en sus pulmones, su íntimo beso, su unilateral conexión secreta.
Sam rellena su taza de café mientras le regala una sonrisa de complicidad. Es su pequeño secreto, nadie más sabe porqué asiste al Phillies todas las noches, siempre con la esperanza, con la ilusión de que llegue sola, de poder hablar con ella más allá del casual saludo.
Pero esta noche hay algo diferente en el ambiente, la manera en que ella fuma y la forma en que el parece ignorarla, demuestran una incomodidad casi hostil que hace elevar la tensión en el pequeño café.
—¿En verdad me dejas, te vas? —escucha preguntar a Nick.